El estado ruso se convirtió en un poderoso imperio con posesiones en Europa, Asia y el norte de América. El gobernante del este extenso territorio recibía el nombre de zar. El hecho histórico que marca el inicio del imperio es la conquista paulatina de territorios desde el Mar Báltico hasta el Oceáno Pacífico. Esta expansión comenzó bajo el reinado del zar Pedro I y el terminó el corto gobierno de Nicolás II, último de los zares, cuya caída detonaría el inicio de la Revolución bolchevique de octubre de 1917.
El extenso imperio ruso alcanzó casi 23 millones de kilómetros cuadrados y su población en 1897 rebasa los ciento veinticinco millones. Además de la Rusia actual, abarcaba la Bielorrusia, una porción del reino de Polonia, todo el Caúcaso, Finlandia, casi toda Asia central y la parte oriental de Turquía, así como Alaska, más allá del estrecho de Bering.
Instituido como una monarquía hereditaria, el imperio ruso estaba gobernado por un zar de la dinastía Romanov, que además era jefe de la religión oficial, el cristianismo ortodoxo. La sociedad rusa de ese tiempo estaba muy estratificada: se dividía en un clase aristócrata poseedora de la tierra, el clero, la clase comerciante, los cosacos y los campesinos. Había un último estrato que ocupaban los grupos étnicos de Siberia y los extranjeros.
La lista de zares que gobernaron consecutivamente el imperio es extensa: Pedro I, Catalina I, Pedro II, Ana, Iván VI, Isabel I, Pedro III, Catalina II, Pablo I, Alejandro I, Nicolás I, Alejandro III y Nicolás II.
La construcción del imperio se debe, sin duda alguna a Pedro I y Catalina II, ambos llamados “los grandes”. Pedro modernizó la antigua Rusia con leyes que disgustaron a la nobleza tradicionalista. Su formación militar en alemana lo “occidentalizó” y además le hizo considerar como tarea prioritaria de su gobierno tener un ejército sólido y disciplinado. Hizo campañas militares al sur del imperio para mantener seguras las fronteras con los tártaros y el Imperio otomano. Intentó alianzas con los países europeos más poderosos para emprender la guerra contra los turcos otomanos, pero no lo consiguió, en cambio emprendió una campaña contra Suecia apoderándose de algunos emplazamientos en Finlandia. También combatió contra Polonia.
Con Pedro, el imperio ruso va alcanzar su máxima expansión territorial. Sus reformas dejaron un imperio de sólida economía y finanzas sanas, fundó la academia rusa de las ciencias y procuró occidentalizar a su población. Decidió abandonar la vieja capital del imperio, San Petersburgo y fundó Petrogrado en 1703.
A su muerte ascendió al poder su esposa Catalina I, tomó el trono, a ella le sucedió, en 1727, su nieto Pedro II pero su temprana muerte hizo que fuera coronada Ana, hija del zar coadjutor de Pedro, Iván V. Los sucesores de Pedro II hicieron que Rusia tuviera más presencia en las decisiones europeas, logró aliarse con Austria contra el Imperio Otomano.
Catalina la grande llegó al trono en 1762 tras dar un golpe de estado contra su esposo, el impopular zar Pedro III , que se había ganado las antipatías de las clases poderosas al atacar a la iglesia ortodoxa rusa.
El imperio enfrentó guerras largas, como la Gran Guerra del Norte que con veintiún años de duración dejó sin recursos al estado. Con Catalina II se impulsó el comercio y la búsqueda de nuevas rutas que conectara a Rusia con China y la India, también se volvió a anexionar al imperio el territorio concedido a los tártaros tras la Guerra de Crimea, suprimió las autonomías financieras de sus estados y tomó el control total desde el centro del imperio. También creó reformas legislativas y enfrentó sublevaciones importantes como la de los cosacos del Don que impusieron un nuevo zar al que llamaron como su esposo, Pedro III. El levantamiento fue aplastado brutalmente. Catalina prosiguió con la occidentalización iniciada con Pedro I.
A su muerte, en 1796, subió al trono su hijo Pablo quien modificó las leyes de sucesión otorgándosele únicamente al primogenito varón o primer varón en la línea sucesoria, al que se le llamó zarévich. Murió asesinado en 1801.
Bajo el reinado del nuevo zar, Alejandro I , se firmó una alianza con Austria y Gran Bretaña para detener los afanes expansionista de Napoleón Bonaparte. El emperador francés derrotó a Rusia en la Batalla de Austerlitz en 1805 y en la de Friedland en 1807, pero las cosas cambiaron en 1812 cuando Napoleón invadió Rusia al mando de 600 000 soldados. No contó con la crudeza del invierno ruso y su falta de conocimiento del territorio hizo que fuera la campaña más desastrosa emprendida por Bonaparte: regresó a Francia con menos de treinta mil soldados.
Los siguientes zares llevaron a Rusia por el camino de las guerras y la caída económica. El último de ellos, Nicolás II no tuvo tiempo de instaurar reformas al, ya herido de muerte, imperio: en 1917 tras una larga cadena de levantamientos y sangrientas represiones, se tomó el palacio de Invierno. De manera secreta, los últimos Romanov de la familia reinante fueron asesinados y tras una larga guerra el antiguo imperio ruso paso a convertirse en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
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