Los bolcheviques decidieron, precipitadamente, cavar una zanja poco profunda a orillas de la carretera y echar allí los cadáveres desnudos de la familia.
Cuando el 30 de julio de 1918, el Ejército ruso llegó a la localidad de Ekaterimburgo para salvar a la familia imperial rusa, retenida en la casa Ipátiev por los bolcheviques tras el triunfo de la revolución, hacía ya dos semanas que el Zar Nicolás II, su esposa y sus cinco hijos habían sido asesinados.
Aquel crimen «vergonzoso», como lo definió Boris Yeltsin 80 años después, ha sido uno de los grandes misterios de la historia contemporánea de Rusia… una herida que no termina de cicatrizar.
Las interrogantes sobre el brutal asesinato de los Romanov –que fueron fusilados y rematados con la bayoneta en el sótano de la casa– y la desaparición de los cuerpos durante décadas –fueron hallados y reconocidos hasta 1991– han tenido una amplia cobertura en ABC desde 1918 hasta hoy. ¿El último episodio? El pasado viernes, cuando la discutida y autoproclamada heredera al trono imperial, María Vladimirovna, solicitó a los fiscales que reabrieran la investigación sobre la muerte de Nicolas II y su familia.
«Por tercera o cuarta vez en el breve espacio de unas cuantas semanas –comentaba ABC el 22 de julio de 1918–, las agencias de información telegráficas y radiotelegráficas volvieron anteayer a acoger el rumor de que el ex Zar Nicolás de Rusia ha sido asesinado». Un rumor que tomó porque el Gobierno inglés dijo que había recibido un comunicado del Gobierno ruso dando cuenta de que el ex Zar había sido fusilado el 16 de julio, «por Orden del Consejo del Soviet del Ural, a consecuencia de haberse descubierto una conspiración contrarrevolucionaria que tenía por objeto llevarse a la Zarina y al Zarevitch».
Así fue. En la madrugada del 16 al 17 de julio de 1918, el zar y el resto de su familia fueron trasladados al sótano de la casa con el pretexto de tomarles una fotografía, sólo eso. Sin embargo, cuando la familia, confiada, se había colocado para la instantánea, el responsable del escuadrón, YákovYurovski –que había llegado el 13 de julio al lugar ya con la orden de ejecutar al monarca– entró en el sótano con el revólver en la mano y varios soldados armados con fusiles y bayonetas... y se les comunicó que el pueblo le había condenado a muerte.
«En vista del hecho de que bandas checoslovacas amenazan la capital roja de los Urales, Ekaterimburgo, que el verdugo coronado podía escapar al tribunal del pueblo (un complot de la Guardia Blanca para llevarse a toda la familia imperial acaba de ser descubierto) el Presídium del Comité Divisional, cumpliendo con la voluntad del pueblo, ha decidido que el ex zar Nicolás Romanov, culpable ante el pueblo de innumerables crímenes sangrientos, sea fusilado», decía el comunicado oficial.
Nicolás II, que entonces contaba con 50 años, junto a su mujer y sus hijas –Olga, Tatiana, María, Anastasia y Alexei–, junto a varios sirvientes, el doctor y el perro, fueron fusilados durante varios minutos y, luego, acuchillados en vista de que las balas no habían sido suficientes para algunos de ellos.
La información recabada en 1919 por el investigador monárquico NikolaiSokolov aseguraba que los ejecutores «desnudaron los cadáveres y los subieron a una camión para trasladarlos a una mina de sal, pero el vehículo se averió y los bolcheviques decidieron, precipitadamente, cavar una zanja poco profunda a orillas de la carretera. Para dificultar el reconocimiento de los cuerpos, los rociaron con ácido sulfúrico antes de rellenar la fosa».
Después de aquello, el secretó condenó a los cuerpos a un olvido de más de siete décadas, las mismas que duró la Unión Soviética, hasta que, en 1991, fueron hallados en un bosque cercano a Ekaterimburgo, completamente carbonizados por el ácido.
No fue hasta principios de 1994, cuando un equipo liderado por el doctor Peter Gill llevaba a cabo la investigación definitiva para identificar a la familia del último zar de Rusia. «Los documentos sobre la familia real rusa son escasos», reconocía en un artículo de la revista «NatureGenetics», en relación a un caso deliberadamente olvidado durante el periodo comunista.
Primero vino el análisis forense, donde todos los cadáveres mostraban signos de violencia, heridas de bala o bayoneta, en los que varios rostros habían sido aplastados a golpes para dificultar la identificación. Pero no era suficiente: los análisis de ADN realizados determinaron finalmente que los restos hallados en 1991 pertenecían a la familia de Nicolás II, aunque entre ellos no se encontraban, para sorpresa de los investigadores, ni Alexei ni una de las cuatro hijas, María. Los cuerpos de los niños serían descubiertos e identificados con pruebas de ADN en 2007.
El asesinato que cambió el rumbo histórico de Rusia, quedó, por fin, cerrado... casi 90 años después. «Por voluntad del pueblo revolucionario, ha fallecido felizmente en Ekaterinemburgo el sangriento Zar. ¡Viva el terror rojo!», podía leerse en el diario ruso «Biednata» en 1918. Una muerte que ha «duró» mucho tiempo.
Zar Nicolás II y su familia, asesinados por los comunistas el 17 de julio de 1918, por decreto y sin un juicio justo
Nanyoly Mendez
CRF
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